La Aventura del Algodón Mágico
Jonás, un pequeño ratón lleno de energía, estaba jugando con sus amigos en el parque. De repente, vieron a la señora Tortuga, una sabia y anciana tortuga, que empujaba un carrito lleno de coloridos algodones de azúcar. Los ojos de los niños se iluminaron de emoción.
“¡Yo quiero el más grande!” exclamó Jonás, corriendo hacia el carrito. Empujó a sus amigos y agarró el algodón más grande que encontró. Pero en su prisa, lo dejó caer y las hormigas se lo llevaron rápidamente. Jonás se sintió muy triste.
La señora Tortuga, con una sonrisa amable, le dijo: “A veces, la prisa no nos lleva a donde queremos”. Sacó otro algodón de azúcar y se lo ofreció a Jonás, quien lo aceptó con gratitud.
Mientras comía su algodón, Jonás se sentó debajo de un viejo roble y comenzó a pensar en lo sucedido. De repente, notó algo brillante entre las raíces del árbol. Con curiosidad, empezó a escarbar y encontró un pequeño cofre de madera. Al abrirlo, sus ojos se abrieron como platos: ¡estaba lleno de semillas brillantes y doradas!
La señora Tortuga, que había estado observándolo, se acercó y le explicó que esas eran semillas de algodón de azúcar mágico. Si las plantaba en un lugar soleado, crecería un árbol que daría algodones de azúcar de todos los sabores y colores.
Jonás plantó las semillas con cuidado y las regó todos los días. Al cabo de unos días, una pequeña planta comenzó a brotar de la tierra. Creció rápidamente y pronto se convirtió en un árbol hermoso y frondoso. Cuando floreció, sus flores eran como pequeñas nubes esponjosas y dulces.
Jonás y sus amigos compartieron los algodones de azúcar mágicos con todos los animales del bosque. Y así, el pequeño ratón que había sido tan impaciente aprendió una valiosa lección sobre la paciencia y la magia que puede surgir de lo inesperado.