viernes, 26 de julio de 2024

Los Creadores de Mundos Robloxians


Facundo y Felipe eran dos hermanos mellizos de cinco años, inseparables como dos gotas de agua. Sus ojos brillaban con la misma intensidad cuando se sumergían en el mundo virtual de Roblox. Con sus dedos pequeños y ágiles, creaban mundos fantásticos llenos de aventuras y diversión.

Eran expertos constructores. Sus casas en Roblox eran verdaderas obras de arte, con piscinas infinitas, montañas rusas vertiginosas y jardines llenos de flores que cambiaban de color con solo hacer clic. Pero su talento no se limitaba a construir. También eran unos artistas increíbles. Diseñaban avatares personalizados con ropas extravagantes, peinados alocados y expresiones faciales que hacían reír a todos sus amigos virtuales.

Sus sonrisas eran contagiosas. Siempre estaban listos para una nueva aventura, ya fuera explorando una nueva actualización de Roblox o jugando en el parque con sus amigos del vecindario. A donde quiera que iban, llevaban consigo su alegría y su energía positiva.

Un día, mientras jugaban en Roblox, tuvieron una idea brillante: crear un juego propio. Con la ayuda de su mamá, que era una arquitecta, comenzaron a dibujar y a diseñar los personajes y los escenarios. Facundo se encargó de crear los monstruos más divertidos y Felipe diseñó los niveles más desafiantes.

Durante semanas, trabajaron sin parar en su proyecto. Dibujaron, pintaron, crearon historias y programaron cada detalle. Finalmente, su juego estaba listo. Era un mundo lleno de color, de risas y de aventuras, donde los jugadores podían explorar castillos encantados, luchar contra dragones y resolver acertijos.

Cuando compartieron su juego con sus amigos de Roblox, el éxito fue inmediato. Todos querían jugar y explorar los mundos que habían creado Facundo y Felipe. Los mellizos se sintieron muy orgullosos de su logro y decidieron seguir creando juegos y compartiéndolos con el mundo.

martes, 10 de febrero de 2015

El Ratón Jonás y el Algodón de Azúcar



Estaba el ratón Jonás con sus amigos jugando en el parque y muy cerca de ahí se encontraba la señora tortuga regalando algodones de azúcar a todos los niños, la noticia llego a los oídos de los pequeñines y de un brinco salieron disparados al encuentro de la señora tortuga, a la cabeza y empujando estaba el ratón Jonás, ¡Yo llegaré primero! Dijo con entusiasmo, ¡mejor vamos con calma! Dijo su amigo, pero él no le hizo caso y siguió corriendo, cuando llego con la señora tortuga se abalanzó desesperadamente por el algodón de azúcar, agarro el mas grande y de un jalón se lo quito, al hacer esto el algodón cayó al suelo y rápidamente unas hormigas que vivían en el parque se fueron a comer el algodón, ¡Noooo mi algodón, llegue primero y agarre el más grande pero todo se me cayó al suelo! Dijo triste.  Sus amigos llegaron después y la señora tortuga con paciencia les fue dando uno a uno el algodón a los niños, mientras Jonás triste miraba como las hormigas se comían su algodón, de pena la señora tortuga se le acercó y le dijo ¡Jonás, no siempre el primero gana el mejor premio, a veces es mejor tener paciencia y esperar para poder recibir algo bueno!, saco de su bolsa un nuevo algodón de azúcar y se lo obsequió, Jonás era nuevamente feliz y entendió que no siempre es bueno apurarse en hacer las cosas porque puede que no salgan bien, por el contrario es mejor realizarlas con calma y paciencia y todo saldrá de maravilla.

Reescrita

La Aventura del Algodón Mágico

Jonás, un pequeño ratón lleno de energía, estaba jugando con sus amigos en el parque. De repente, vieron a la señora Tortuga, una sabia y anciana tortuga, que empujaba un carrito lleno de coloridos algodones de azúcar. Los ojos de los niños se iluminaron de emoción.

“¡Yo quiero el más grande!” exclamó Jonás, corriendo hacia el carrito. Empujó a sus amigos y agarró el algodón más grande que encontró. Pero en su prisa, lo dejó caer y las hormigas se lo llevaron rápidamente. Jonás se sintió muy triste.

La señora Tortuga, con una sonrisa amable, le dijo: “A veces, la prisa no nos lleva a donde queremos”. Sacó otro algodón de azúcar y se lo ofreció a Jonás, quien lo aceptó con gratitud.

Mientras comía su algodón, Jonás se sentó debajo de un viejo roble y comenzó a pensar en lo sucedido. De repente, notó algo brillante entre las raíces del árbol. Con curiosidad, empezó a escarbar y encontró un pequeño cofre de madera. Al abrirlo, sus ojos se abrieron como platos: ¡estaba lleno de semillas brillantes y doradas!

La señora Tortuga, que había estado observándolo, se acercó y le explicó que esas eran semillas de algodón de azúcar mágico. Si las plantaba en un lugar soleado, crecería un árbol que daría algodones de azúcar de todos los sabores y colores.

Jonás plantó las semillas con cuidado y las regó todos los días. Al cabo de unos días, una pequeña planta comenzó a brotar de la tierra. Creció rápidamente y pronto se convirtió en un árbol hermoso y frondoso. Cuando floreció, sus flores eran como pequeñas nubes esponjosas y dulces.

Jonás y sus amigos compartieron los algodones de azúcar mágicos con todos los animales del bosque. Y así, el pequeño ratón que había sido tan impaciente aprendió una valiosa lección sobre la paciencia y la magia que puede surgir de lo inesperado.